El Duende que cuida a Romeral

Escrito por: Fredy Vásquez (fredyvasquez9@gmail.com)

duendeAprovechando el verano decidí junto con mi esposa recorrer los frondosos caminos de la reserva del Romeral. Atraídos por una construcción singular en medio del bosque, hicimos camino hasta el kiosco cuyo techo verde se mimetizaba con el follaje de los árboles circundantes. Al llegar al lugar, vimos dos grupos que hacían camping y con ellos un hombre uniformado, al parecer un guardabosques, con distintivos de la corporación Pro Romeral.

Mientras reciclaba costalados llenos de desechos de los descuidados visitantes del día anterior, convencido daba cátedra a los campistas de la importancia de saber cuidar un entorno tan delicado y necesario para la vida, no sólo para las especies nativas, sino también para los pradeños, describía con pleno conocimiento de causa como la comunidad necesita del agua y el oxígeno que manan de esos bosques. Enseñaba indignado, como visitantes sin escrúpulos habían utilizado como leña los materiales inmunizados de una construcción anterior.

Nostálgico evocaba también la pérdida del bosque de niebla, donde ahora hay un relleno sanitario y entusiasmado hacia la cuenta de las docenas de globos que había capturado en diciembre antes de que provocaran los temidos incendios. Con desconfianza le preguntamos si era posible rescatar a la montaña de tantos globos por la inmensidad de los senderos, muy convincente nos explicó de sus increíbles y rutinarios recorridos. Al preguntarle si su labor era tan demandante, aclaró que lo hacía por gusto, incluso mucho antes de ser contratado.

Minutos después, acompañábamos al enigmático hombre y su inseparable perro criollo en su recorrido;accedió a abrirnosduende2 un poco de su intimidad, al corroborar según dijo, nuestro amor y respeto por la naturaleza.

Como si conociera de memoria los enmarañados caminos del bosque y entre la maleza,sin muchos tecnicismos, el guardabosque nombraba cada especie a su paso y  saludaba algún árbol como si fuera un viejo amigo.

Durante el camino nos contó sobre un duende que cuida la montaña y al que él personalmente conocí; cuando vimos que ya no podíamos seguirle el paso, lo dejamos perderse con su amigo cuadrúpedo mientras cantaba poemas de Fernando Pesoa y recitaba máximas de Jorge Luis Borges.

Con la última sonrisa de un cordial adiós que se perdía entre la maleza, mi esposa y yo nos preguntábamos si  no era el mismo duende quien nos acompañaba. De lo único que estábamos seguros era de una cosa, de la tranquilizadora sensación nos quedó de que el bosque ya no estaba sólo y ahora tenía quien lo cuidara.

 

Deja un comentario